Gustavo Ott | Autor Teatral | Playwright

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  • "Lo único decente para un artista, es estar contra el poder"
    (ENTREVISTA CON DERECK WALCOTT) (Volver)
    Autor: Gustavo Ott, Diario El Mundo, Caracas. Abril de 2005
  • Dice Valery que un tigre puede definirse, básicamente, como “cordero devorado”. Hablaba del valor de la influencia, su efecto totalizador en la obra del creador, sus múltiples caras. Un autor es lo que devora y si alguien ha hecho de la influencia su tema, es el Premio Nóbel de Literatura 1993, DERECK WALCOTT.

    Coincidimos en el encuentro dedicado a las ESCRITURAS DEL CARIBE organizado por José Pliya en Paris, nada menos que en la Comedie Francaise. Como casi nadie hababa Inglés en el panel, no le quedó más alternativa que hablar conmigo. Y yo, claro, periodista antes que la muerte, le advertí que por esos lares del Puente del Angel era más peligroso que paparazzi persiguiendo princesa. Se echó a reír y para romper mi posada distancia fingió interés y preguntó mi nombre. “Soy Gustavo Ott, de Venezuela.”, le respondí, casi como una Miss a punto de meter la pata, como es tradición, en la sección de preguntas intelectuales. Y sin parecerle mi respuesta gran cosa, que no lo era, Walcott me sonrió con piedad, giró la cabeza y dijo serio, casi amenazante “Una vez Venezuela intento invadir Trinidad. No lo vuelvan a hacer”.
    Así, como si fuera mi padre prohibiéndome comer galletas, le dije que no, que no lo volvería a hacer. De verdad, se lo juro Mr Walcott. “Nada de invadir Trinidad.”
    La conferencia abordaba no sólo la literatura dramática, sino la cuentística, la narrativa, el reportaje. Y es que hoy hemos dejado a un lado la idea del teatro por el teatro y cada vez más escribimos en una mezcla de géneros, particularmente, la poesía. Ambos coincidimos en un secreto a voces: la mejor poesía que se hace hoy está sobre los escenarios, en los textos teatrales, con la libertad que tenemos todos de fracasar y tener éxito como nos venga en gana. Total, hay tan poco, que asumir riesgos es lo natural.
    Además, en la dramaturgia del caribe parece que ya no es tan importante el personaje o la historia, como antes, sino que más bien preferimos hablar de temas, de los grandes temas: el abuso del poder, la inmigración, el terrorismo, la corrupción, la arbitrariedad. Y es así como Walcott escribe su teatro hoy, con esa libertad que nos ha abierto la muerte o por lo menos el fin de las reglas.
    A sus 75 años habla con pasión sobre estos temas, alza la voz, se impone, tiene una obra como para hacerlo. Está dedicado cada vez más al teatro, en especial, a su sala en Puerto España, el legendario Trinidad Theater Workshop, desde donde tiene una visión del caribe y de la escena que es, para él, necesariamente multicultural.

    ¿Cuál sería la mejor noticia que puede dar la literatura del caribe?
    - Aquí las culturas son dinámicas, todavía la mezcla, el nacimiento de los idiomas, las nuevas conjugaciones, se mantienen en pleno proceso de expansión, de contacto. Para mi, el caribe es inmigración y esa inmigración apenas comienza. Esas son las mejores noticias para la literatura del caribe.

    ¿Podría decirse que la idea de Latinoamérica nace y sigue comenzando en el caribe?
    -Es así en todos los órdenes. Porque nuestro teatro, nuestra narrativa, nuestra poesía en el caribe no es sólo la que apreciamos en ese español nuevo y a veces, el más antiguo; o en el inglés ex colonial lleno de musicalidad y nuevas formas; o en el francés abigarrado y decantado, sino que también somos ese caribe que se expresa en créole o papiamento, el caribe hindú, el caribe asiático, o ese caribe que aún mantiene su costa africana, o indígena, en sus múltiples idiomas, religiones y sonoridades.

    Su visita a Paris lo llevó no sólo a esta conferencia sino también a estrenar en francés, con los actores de la Comedie, su pieza “Sueño sobre el mono en la montaña”, la misma que en 1971 le diera el Premio Obie a la dramaturgia en Nueva York. También nos habló de sus ultimas piezas y leímos un par de ellas. A todos nos sorprendió porque sus obras de hoy son de características épicas, con una fuerte presencia poética. Yo, para compararlas, propuse a Homero. Nada menos.

    -Trabajar aquí, en Paris, con actores de Martinica, Saint Lucie y Guadalupe ha ratificado mi fe en el caribe y en esos gestos del actor, que son los mismos del personaje, y que vienen de la vida diaria, como lo establece el método. Pero, entre nosotros, en el caribe, el método del actor es también una cultura de inmigración.

    Y ese fue el comentario de todos los asistentes durante el encuentro: la fuerza del actor de las antillas, su escuela, su método intuitivo, su mezcla de tendencias. Me recordó mucho al actor venezolano, lleno de energía, técnica y al mismo tiempo, capacidad de improvisar, de estar pendiente siempre en comunicar y pensar en los demás antes que en él mismo.
    Walcott se mantiene en muy buena forma. Camina pausadamente, como midiendo los apoyos cercanos, los escalones recortados, las caras conocidas que ha olvidado. Pero una vez seguro, corre y vaya si es difícil alcanzarlo. Tiene una risa poderosa y su voz teatral sigue intacta. Odia las corbatas, aunque en la Comedie se quejó porque, de pronto, pensó que a estas alturas de su vida, con Nóbel y todo, pues debía tener una. “Siempre me están prestando corbatas y todas son horribles”. Le ofrecí la mía a cambio del Premio Nóbel, o la Orden de Gran Comendador de las Artes y las Letras que le fue otorgada minutos antes por el Gobierno Francés. Pero no aceptó mi desinteresado ofrecimiento, quién sabe por qué.

    LO QUE SIRVE PARA LA GLORIA NO FUNCIONA PARA EL ÉXITO

    Walcott demostró que no era necesario la búsqueda del éxito para obtener notoriedad. Muchos autores pierden tiempo y energía –y a veces, hasta la dignidad- buscando el reconocimiento de su obra y deseando el visto bueno de las grandes capitales. Este dramaturgo y poeta que nació en Santa Lucía en 1930 llegó hasta el Nóbel siendo sincero con su arte, buscando lo que sirve para la obra y no para el éxito, comprometiéndose dónde y cuando fue necesario. Más de veinte libros de poesía y otras veinte obras de teatro, una beca MacArthur, clases en universidades de todo el mundo hasta recibir el Premio Nobel en 1993, el primero y único que se le ha dado a un autor del caribe.

    -Nunca es fácil este tema del reconocimiento para el escritor, como no lo es para el inmigrante. Como este, al poeta le cuesta incluirse en las sociedades. Los escritores son más felices cuando descubren que son básicamente eso, inmigrantes. Cuando un escritor se sumerge en la dinámica inútil del rechazo y el éxito, pues todo eso lo introduce en su obra, que normalmente no tiene nada que ver ni con el reconocimiento ni con el fracaso.

    Es que ambos son un prejuicio colonial. ¿El prejuicio de occidente sobre sus colonias es también un prejuicio que tenemos sobre el significado del éxito?
    -Hay un prejuicio no sólo sobre nuestro imaginario y nuestra literatura, sino sobre nosotros mismos. Todo lo que viene del caribe inglés o francés es visto, en las capitales que parecen importarle al escritor, como algo de segunda clase. Allí les gusta vernos como taxistas, no como creadores. Y es un prejuicio que necesariamente no es violento. De hecho, el prejuicio es mortal cuando, precisamente, es silencioso

    ¿La literatura de la colonia se conforma con su papel de victima?
    -Muchas veces, la condición de victima es propuesta por nosotros mismos. Entre la literatura del caribe francés, por ejemplo, hay una idea peligrosa sobre la existencia de un pensamiento único, que el caribe somos nosotros, si es en créole mejor, obviando que existe ese otro caribe en español o ese caribe blanco, mestizo, que habla holandés, recita en papiamento, que llega hasta las costas de Colombia, de Venezuela. García Márquez es, fundamentalmente, literatura del caribe. Es que, como una vez dijo Sartre, “ser victima, se le ofrece a la colonia. Y este ofrecimiento es a veces con su consentimiento.”

    Los gobiernos son los primeros en proponer esa condición a sus ciudadanos
    -Para eso están, para asumir el rol de los colonizadores, de las potencias que ya no están pero que ellos representan. Nuestras islas no crearon gobiernos propios sino que se copiaron gobiernos. Por eso en nuestros países hay una cultura inmensa pero con instituciones paupérrimas. Sin instituciones, sin atención, nutridas por la indiferencia. En Puerto España, por ejemplo, no hay museos y eso es así porque nuestros gobiernos piensan , convenientemente, de forma monótona. Al poder nunca le ha interesado la cultura porque la cultura se manifiesta en conducta, una conducta que siempre es crítica. Y nada más crítico que el teatro.

    ¿Toda forma de cultura es una forma de resistencia al poder?
    -Es que la única conducta decente es combatir el poder. Así, el poder en nuestros países se asegura que no tengamos una gran cultura. Allí comienza la dominación. Una dominación envuelta en democracia, decorada con constituciones, adornada con libertad controlada, pero todo de dominación. Salimos de una forma de colonia a otra y la peor es la que ejercemos en nuestras familias, con nuestros seres queridos, con nosotros mismos. Cuando uno camina por Guadalupe y de pronto ve a un policía blanco apuntándole a un ciudadano, es entonces cuando se da cuenta de que ha llegado a Francia, aunque esté en el caribe. Y ese policía francés lo llevamos dentro de nuestra alma porque nos han convencido que eso somos nosotros. El que está del otro lado del revolver.

    Para terminar: ¿por qué ha vivido en tantos sitios distintos? Nueva York, Boston, Saint Lucie, Trinidad, Los Angeles ¿Es un nómada? ¿No se puede quedar quieto en un mismo lugar?
    Walcott tomó una pausa y, como tigre que termina de devorar cordero, con las manchas de sangre en la boca, la pata del cordero en sus mandíbulas, una foto en el acto, y aún así, este tigre de bengala del caribe pone su cara de inocente, tratando de convencernos “yo no fui”, me responde:
    -Las mujeres, claro. Todos mis sitios son las mujeres.

    Cuando nos despedimos, le puse sobre la mesa un ejemplar de su novela CAFÉ MARTINIQUE, con la esperanza de obtener una piadosa dedicatoria. Lo hizo con amabilidad y se llevó una de mis piezas “tengo un teatro, allí vamos a hacerla” me dijo, sin haberla leído siquiera. Claro, era la nobleza tradicional de la gente de teatro que siempre anda soñando y compartiendo el sueño de los demás. Y su nobleza era Nóbel, lo que , hasta el día de hoy, me aleja de mi tradicional desconfianza por las palabras promesas, siempre pasajeras, del teatro.

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